
Tiene
que haber una manera intermedia de ver
las cosas. Juan: Claro, la tuya. Me
imagino que la actitud equilibrada es la
tuya, ese permanente pensar bien, dejar
libre al otro, la teoría del respeto: yo
respeto, tú respetas, todos respetamos,
su cultura es respetable, su manera de
pensar es respetable, su religión es
respetable aunque yo no la comparta,
disculpe. Eso te evita problemas. Piensa
bien y, a lo mejor, no acertarás, pero te
quitarás problemas de en medio. Piensa
que todos te quieren, te miman, te
necesitan, y haz lo que te dé la gana. El,
y su defensa de la razón: acababa
consiguiendo que la discusión recalara
en la misma playa, en la de quién te
quiere y quién no, en qué es el cariño,
qué son el amor, el deseo, la amistad.
Pactos, códigos que uno debe respetar
como se respetan las señales del código
de circulación. Prohibido torcer a la
derecha, precaución, ceda el paso, stop.
No esperar gran cosa, desear sólo lo que
puedes conseguir por tus propios medios
(cuando hablaba así, Silvia se acordaba
de las frases que decía Matías: Esto es
una derrota y de lo que se trata es de
sobrevivir. De no estropearlo todo a
última hora. Y, al final, qué demonios
había sido la última hora). Incluso
cuando hablaba de cultura, de su trabajo
como profesor de literatura, se
expresaba con amargura su marido: No
somos investigadores del cáncer, decía,
ni de la vacuna contra la polio, ni de
algún material nuevo, en adelante de uso
imprescindible.

Somos un capricho que
se pagan las sociedades ricas y que a las
pobres apenas si se les ocurre
plantearse. Somos putas, flores de loto
que se abren sobre la charca maloliente
de la opulencia; brindamos un
entretenimiento un poco más refinado
que el que ofrecen las chicas al borde de
la carretera (también menos intenso). La
belleza, los sentimientos: paparruchas,
que decían los personajes de comedia
de antes. Leemos un libro, vemos un
cuadro, u oímos una canción que nos
emociona tremendamente, y a lo mejor
hasta nos hace llorar, pero luego eso se
acaba, y volvemos a la vida cotidiana, y
hasta nos olvidamos de que un día oímos
esa canción.
Los sentimientos no son
precisamente ni lo más fuerte, ni lo más
seguro, ni lo más duradero. Los
sobrevaloramos. Tienen más que ver con
lo animal, con la secreción salival de
los perros de Pavlov cuando oyen el
sonido que les anuncia la llegada de la
comida. Babeo. No son los sentimientos
lo más humano. Lo humano es la
inteligencia, y seguramente también la
capacidad para planear el mal a largo
plazo: lo que hacen los jefes del bobo
de mi hermano, fabricando instrumentos
de matar que está previsto que se
utilicen dentro de un montón de años.
Seguramente, eso es lo más
específicamente humano, la mort a
credit, por ponerle un título celiniano.

Por cierto, Céline es un ejemplar
perfecto para estudiar la capacidad de la
inteligencia para planificar el mal a
largo plazo. ¿Quién ha visto mejor
novelista y peor individuo? Hasta los
propios compañeros nazis lo
despreciaban por su bajeza, por su
sadismo. Tenía una sucia vocación de
matarife. A Juan le gustan las formas, la
expresión del código. Le gusta que
pensamientos y acciones se ajusten
como el guante y la mano. Y, eso, ella
intentaba demostrarle que no resulta
siempre fácil. Ni siquiera posible. Las
relaciones entre personas son, al fin y al
cabo, formas, frutos de acuerdo, decía
él. Y, ella: Eso es mentira. Parece
mentira que seas un defensor de la
literatura realista y que te interese tan
poco el contenido, el fondo de las cosas.
Él: Precisamente por eso lo digo,
porque soy un defensor del realismo,
porque sé que el realismo no es más que
una forma de entender lo literario.
Silvia: Cuando de verdad empiezan las
relaciones entre las personas es cuando
se acaban las formas, cuando se rompen.
Cuando de verdad te importa algo,
discutes, te enfrentas, estás
relacionándote y no hay forma que
valga, hay una búsqueda de la verdad.
Rafael Chirbes: Crematorio,
Anagrama, Barcelona 2007
Páginas 109-110