viernes, 6 de febrero de 2015

VIVAC


Un tomillo raquítico
perfuma el aire. Todo
nos rodea según la regla muda
de la noche,
la que ha tramado la visibilidad
con los hilos de luz posible -lentas
hebras que caen, átomos sin fiebre-
de la luna en menguante.

Dormiremos al lado del esparto,
sobre una sequedad
que es consunción, designio ardido.
La noche
se ha posado sobre una cicatriz.

Apagadas las voces,
el enfoque yacente de los ojos
coloca el mundo en coordenadas simples:
tierra de aliento, abajo; arriba, estrellas
en las constelaciones.

Antes de que al soñar la niegue,
hago esta afirmación sin pronunciarla:
"Estar echado sobre el mundo, quieto
bajo la bóveda del mundo, es
como firmar un acta concentrada
de presencia y sentido"
Mientras la enuncio viene
una brisa reptante hasta mi rostro,
y siento que se unen
materia y teoría
con la crudeza de algo inobjetable.

Dos piedras vuelcan sus dos sombras sucias
muy cerca de mi cara.
Allá en el firmamento
se perfilan los símbolos -los símbolos,
tan eficaces cuando son lejanos.

No oigo mi corazón. Pienso en mi vida
pero se desdibujan las imágenes
justo al borde del sueño.
La noche, pétrea y estrellada,
bombea
su sangre caudalosa.

Antonio Cabrera
Piedras al agua, Tusquets editores, Barcelona, 2010

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