miércoles, 25 de mayo de 2016

Bon Marché



         Hay culturas belicosas y culturas pacificas. Hay culturas como la nuestra, centradas en la autosuficiencia personal, y otras que valoran más la solidaridad. La nuestra ha configurado un sistema de vida que tiene como fundamento, al parecer absolutamente indispensable, el sentimiento de insatisfacción. El mensaje que recibimos y transmitimos constantemente dice que no hay progreso sin afán de superación, y no hay afán de superación sin estar descontento con lo que se tiene. Fomentamos la competitividad, la avidez, los deseos. Ésta es una característica de nuestro tiempo: la incansable incitación al deseo.

          Le contaré una divertida historia. A mediados del siglo pasado se inauguró en París el primer gran almacén, llamado Bon Marché, una tienda precursora de la revolución comercial. Treinta años después, un famoso novelista, Emile Zola, publicó la novela Au bonheur des dames, donde hace una salvaje crítica de los grandes almacenes y de sus dueños, a los que llama «traficantes de deseos». Lo que le indignaba era que en esos establecimientos se exponían las mercancías fuera de las cajas, lo que le parecía una indecente llamada al consumo. Para colmo de males, por esos años se inventó la lámina de cristal y aparecieron los escaparates, con lo que el tráfico del deseo se llevó a la mismísima calle. Sin duda alguna, Zola estaba retratando una parte importante de la cultura occidental.

        Construir sobre la insatisfacción nuestra forma de vivir fomenta el esfuerzo, pero tiene dos consecuencias no queridas. La lógica de los sentimientos es muy férrea. Unos llevan a otros. Pues bien, la insatisfacción continuada puede despeñarnos por la decepción, el desanimo y la depresión. Por su parte, la frustración continuada empuja a la agresividad.  

José Antonio Marina: El vuelo de la inteligencia
DEBOLS!LLO, Barcelona, 2011
páginas 109-111

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