Había
escrito varias hojas de papel cuando advirtió que
desde hacía un rato la pluma escribía con tinta roja. Siguió
adelante y un poco después aquella tinta le pareció
sangre. Y era sangre en efecto. Pero continuó porque tenía
ideas felices y las palabras fluían con naturalidad. Así siguió
hasta redondear lo escrito al tiempo de acabársele la sangre a la
pluma y caer muerta entre sus dedos.
Antonio Fernández Molina
La otra mirada. Antología del microrrelato hispánico.
Edición de David Lagmanovich. Ed. MenosCuarto 2005
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