Somos un capricho que se pagan las sociedades ricas y que a las pobres apenas si se les ocurre plantearse. Somos putas, flores de loto que se abren sobre la charca maloliente de la opulencia; brindamos un entretenimiento un poco más refinado que el que ofrecen las chicas al borde de la carretera (también menos intenso). La belleza, los sentimientos: paparruchas, que decían los personajes de comedia de antes. Leemos un libro, vemos un cuadro, u oímos una canción que nos emociona tremendamente, y a lo mejor hasta nos hace llorar, pero luego eso se acaba, y volvemos a la vida cotidiana, y hasta nos olvidamos de que un día oímos esa canción.
Los sentimientos no son precisamente ni lo más fuerte, ni lo más seguro, ni lo más duradero. Los sobrevaloramos. Tienen más que ver con lo animal, con la secreción salival de los perros de Pavlov cuando oyen el sonido que les anuncia la llegada de la comida. Babeo. No son los sentimientos lo más humano. Lo humano es la inteligencia, y seguramente también la capacidad para planear el mal a largo plazo: lo que hacen los jefes del bobo de mi hermano, fabricando instrumentos de matar que está previsto que se utilicen dentro de un montón de años. Seguramente, eso es lo más específicamente humano, la mort a credit, por ponerle un título celiniano.
Por cierto, Céline es un ejemplar perfecto para estudiar la capacidad de la inteligencia para planificar el mal a largo plazo. ¿Quién ha visto mejor novelista y peor individuo? Hasta los propios compañeros nazis lo despreciaban por su bajeza, por su sadismo. Tenía una sucia vocación de matarife. A Juan le gustan las formas, la expresión del código. Le gusta que pensamientos y acciones se ajusten como el guante y la mano. Y, eso, ella intentaba demostrarle que no resulta siempre fácil. Ni siquiera posible. Las relaciones entre personas son, al fin y al cabo, formas, frutos de acuerdo, decía él. Y, ella: Eso es mentira. Parece mentira que seas un defensor de la literatura realista y que te interese tan poco el contenido, el fondo de las cosas. Él: Precisamente por eso lo digo, porque soy un defensor del realismo, porque sé que el realismo no es más que una forma de entender lo literario. Silvia: Cuando de verdad empiezan las relaciones entre las personas es cuando se acaban las formas, cuando se rompen. Cuando de verdad te importa algo, discutes, te enfrentas, estás relacionándote y no hay forma que valga, hay una búsqueda de la verdad.
Rafael Chirbes: Crematorio,
Anagrama, Barcelona 2007
Páginas 109-110
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