De cómo un escritor se adelanta a los pensamientos del lector para romper estructuras o por qué amo tanto a Coetzee.
Comprender el mundo que nos rodea es hacerlo más habitable, nunca me cansaré de escribir que hay que leer La edad de hierro, entera.
Desde
que Vercueil aceptó mi dinero, ha estado bebiendo sin parar, no
solamente vino, sino también brandy. Algunos días no bebe hasta el
mediodía y usa las horas de abstinencia para que la rendición sea
más voluptuosa. Pero lo normal es que ya esté intoxicado para
cuando sale de casa a media mañana.
Hoy
el sol brillaba débilmente cuando ha regresado de su excursión. Yo
estaba en la terraza del piso de arriba. Él me ha visto y se ha
sentado en el patio con la espalda apoyada en la pared y el perro a
su lado. El hijo de Florence ya estaba allí, con un amigo al que yo
no había visto antes, y Hope devoraba cada uno de sus movimientos
con los ojos. Tenían una radio encendida; el chirrido y el golpeteo
de la música era peor todavía que la pelota de tenis.
-Agua
-les ha gritado Vercueil-. Traedme agua.
El
chico nuevo, el amigo, ha cruzado el patio y se ha agachado a su
lado. No he oído lo que se decían. El chico ha extendido una mano.
-Dame
-ha dicho.
Vercueil
le ha apartado la mano con gesto perezoso.
-Dámela
-ha dicho el chico, de rodillas, y ha empezado a tironear para
sacarle la botella del bolsillo a Vercueil.
Vercueil
se ha resistido, pero sin ganas.
El
chico ha desenroscado el tapón y ha vertido el brandy en el suelo.
Luego ha tirado la botella a un lado. Se ha hecho añicos. Una
estupidez: he estado a punto de gritar.
-¡Te
están convirtiendo en un perro! -ha dicho el chico-. ¿Quieres ser
un perro?
El
perro, el perro de Vercueil, ha gemido con entusiasmo.
-Vete
al infierno -ha replicado Vercueil con voz gangosa.
-¡Perro!
-ha dicho el chico-. ¡Borracho!
Le
ha dado la espalda a Vercueil y ha vuelto con Bheki, caminando con
aire de importancia. Qué niño tan arrogante, he pensado. Si es así
como se comportan los nuevos guardianes del pueblo, que Dios nos
libre de ellos.
La
niña ha olisqueado el brandy y ha fruncido la nariz.
-Vete
al infierno tú también -ha dicho Vercueil, haciéndole un gesto con
la mano para que se marchara. Ella no se ha movido. Luego, de pronto,
se ha girado y ha echado a correr a la habitación de su madre.
La
música ha seguido aporreando. Vercueil se ha quedado dormido,
desplomado de lado contra la pared con la cabeza del perro en su
rodilla. He vuelto con mi libro. Al cabo de un rato el sol se ha
escondido detrás de las nubes y ha empezado a hacer frío. Ha
empezado a caer una llovizna fina. El perro se ha sacudido y ha
entrado en el cobertizo. Vercueil se ha puesto de pie y ha entrado
detrás. Yo he recogido mis cosas.
Dentro
del cobertizo ha habido un revuelo. Primero el perro se ha
escabullido fuera, ha mirado a su alrededor y se ha puesto a ladrar.
Luego Vercueil ha salido también, de espaldas, y por fin han salido
los dos chicos. Cuando el segundo chico, el amigo, se le ha acercado,
Vercueil ha arremetido y le ha golpeado en el cuello con la palma de
la mano. El chico ha contenido la respiración con un bufido de
sorpresa: incluso desde la terraza lo he oído. Luego le ha devuelto
el golpe a Vercueil, que ha trastabillado y ha estado a punto de
caer. El perro no paraba de bailar a su alrededor, ladrando. El chico
ha vuelto a golpear a Vercueil y ahora Bheki se le ha unido.
-¡Parad!
-les he gritado.
No
me han hecho caso. Vercueil estaba en el suelo; le estaban dando
patadas; Bheki se ha quitado el cinturón de los pantalones y ha
empezado a azotarlo.
-¡Florence!
-he gritado-. ¡Diles que paren! -Vercueil se ha tapado la cara con
las manos para protegerse. El perro ha saltado encima de Bheki. Bheki
lo ha apartado de un golpe y ha seguido azotando a Vercueil con el
cinturón-. Vosotros dos, parad! -les he gritado, agarrando la
barandilla-. ¡Parad de una vez o llamaré a la policía!
Entonces
ha aparecido Florence. Ha hablado en tono cortante y los chicos se
han apartado.Vercueil se ha puesto de pie con dificultades. He bajado
las escaleras lo más deprisa que he podido.
-¿Quién
es este chico? -le he preguntado a Florence.
El
chico ha dejado de hablar con Bheki y me ha mirado. No me ha gustado
su mirada: arrogante, combativa.
-Es un
amigo de la escuela -ha dicho Florence.
-Tiene que
irse a su casa -he dicho-. Esto es más de lo que puedo soportar. No
quiero peleas en mi patio. No puedo permitir que haya desconocidos
entrando y saliendo.
A Vercueil
le salía sangre del labio. Era extraño ver sangre en aquella cara
curtida. Como miel sobre cenizas.
-No es un
desconocido, está de visita -ha dicho Florence.
-¿Nos hace
falta un pase para entrar aquí? -ha dicho Bheki. Él y su amigo han
intercambiado miradas-. ¿Necesitamos un pase?
Han
esperado mi respuesta, desafiándome. La radio seguía sonando. Un
ruido inhumano, exasperante: me daban ganas de taparme los oídos con
las manos.
-No he
mencionado ningún pase -he dicho-. Pero ¿qué derecho tiene este
chico a venir aquí y atacar a este hombre? Este hombre vive aquí.
Es su casa.
Florence ha
resoplado.
-Sí -le he
dicho, volviéndome hacia ella-. También vive aquí. Es su casa.
-Vive aquí
-ha dicho Florence-. Pero es escoria. Es un holgazán.
-Jou
moer! -ha dicho
Vercueil. Se había quitado el sombrero y estaba volviendo a colocar
bien la copa con el puño. Luego ha levantado la mano con el sombrero
como si fuera a golpearla-. Jou
moer!
Bheki le ha
quitado el sombrero y lo ha tirado encima del tejado del garaje. El
perro ha ladrado con furia. Lentamente, el sombrero ha vuelto a caer
por el ala del tejado.
-No es
escoria -he dicho, bajando la voz, dirigiéndome solamente a
Florence-. La gente no es escoria. Somos todos personas que viven
juntas.
Pero
Florence no tenía ganas de oír sermones.
-Solamente
sirve para beber -ha dicho- beber, beber y beber todo el día. No me
gusta que esté aquí.
Un
holgazán: ¿eso era? Si, tal vez: holgazán. Una palabra de antaño,
de las que se oían poco últimamente.
-Es mi
recadero -he dicho.
Florence me
ha mirado con desconfianza.
-Va a hacer
recados para mí -he dicho.
Ella se ha
encogido de hombros.Vercueil se ha marchado arrastrando los pies con
su sombrero y su perro. He oído cerrarse la cancela de la verja.
-Diles a
los chicos que lo dejen en paz -he dicho-. No hace daño a nadie.
Como un
gato viejo perseguido por los machos jóvenes, Vercueil ha ido a
esconderse y lamer sus heridas. Me imagino a mí misma buscando por
los parques y llamando con voz queda: "¡Señor Vercueil! ¡Señor
Vercueil!". Una vieja en busca de su gato.
Florence
está abiertamente orgullosa de cómo Bheki se ha librado del
holgazán, pero predice que volverá tan pronto como empiece a
llover. En cuanto a mí, dudo de que lo veamos mientras estén aquí
los chicos. Se lo he dicho a Florence.
-Estás
enseñando a Bheki y a sus amigos que pueden levantar la mano contra
sus mayores con impunidad. Eso es un error. ¡Sí, da igual lo que
pienses de él, Vercueil es mayor que ellos!
"Cuanto
más cedas con ellos, Florence, más atroz será el comportamiento de
los chicos. Me dijiste que admirabas a la generación de tu hijo
porque no tienen miedo de nada. Ten cuidado: puede que empiecen por
no preocuparse de sus propias vidas y terminen por no importarles las
de los demás. Lo que admiras de ellos no es necesariamente lo mejor.
"No
puedo olvidar lo que dijiste aquella vez: que ya no había padres y
madres. No puedo creer que lo digas en serio. Los niños no pueden
crecer sin padres ni madres. Los incendios y asesinatos de los que se
habla, esa crueldad tan asombrosa, incluso este asunto de pegar al
señor Vercueil: ¿de quién es culpa al fin y al cabo? Probablemente
sea de los padres que dicen: "Venga, haced lo que queráis, ya
sois vuestros propios dueños, os devuelvo la autoridad". ¿Qué
niño quiere en el fondo que le digan eso? Seguramente se quedará
confundido, pensando para sí mismo: "Ya no tengo madre, ya no
tengo padre: pues que la muerte sea mi madre y que la muerte sea mi
padre". Te lavas las manos respecto a ellos y se convierten en
hijos de la muerte.
Florence ha
negado con la cabeza.
-No -ha
dicho con firmeza.
-Pero ¿te
acuerdas de lo que me contaste el año pasado, Florence, cuando
estaban pasando aquellas cosas inimaginables en los distritos
segregados? Me dijiste: "He visto una mujer en llamas, ardiendo,
y cuando ha gritado pidiendo ayuda, los niños se han reído y le han
tirado más gasolina". Me dijiste: "No creí que viviera
para ver algo así".
-Sí que lo
dije, y es verdad. Pero ¿quién los ha vuelto tan crueles? ¡Son los
blancos los que los han vuelto tan crueles! ¡Sí!
Su
respiración era entrecortada, apasionada. Estábamos en la cocina.
Ella estaba planchando. Su mano agarraba la plancha con fuerza. Me ha
lanzado una mirada iracunda. Yo le he tocado suavemente la mano. Ella
ha levantado la plancha. En la sábana había el principio de la
huella marrón de una quemadura.
Sin
cuartel, he pensado: una guerra sin cuartel, sin límites. Una guerra
de la que mantenerse alejado.
-Y el día
que crezcan -he dicho en voz baja-, ¿crees que dejarán de ser
crueles? ¿En qué clase de padres se convertirán si aprenden que se
ha terminado la época de los padres? ¿Pueden volverse a crear los
padres una vez que la idea de los padres ha sido destruida dentro de
nosotros? Pegan a un hombre y le dan patadas porque bebe. Incendian a
la gente y se ríen mientras muere quemada. ¿Cómo van a tratar a
sus hijos? ¿Qué amor van a ser capaces de dar? El corazón se les
está volviendo de piedra ante nuestros ojos, y qué dices tú?
Dices: "Este no es mi hijo. Es el hijo del hombre blanco, es el
monstruo que ha creado el hombre blanco". ¿Eso es lo único que
sabes decir? ¿Vas a echarle la culpa a los blancos y volver la
espalda?
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