viernes, 25 de febrero de 2022

Hamnet

 

  Herrería de Compludo

    Eliza no se había dado cuenta de que él seguía subiendo allí; no sabía que todavía se refugiaba en ese sitio. Ella no había vuelto desde la muerte de Anne. Pasea la mirada por la habitación: techo abuhardillado, la parte inferior de las tejas del tejado, balas y más balas de lana que tienen que estar ahí, fuera de la vista. Ve cabos de vela viejos, una navaja, un tintero. Esparcidos por el suelo, varios papeles con palabras escritas, tachadas, vueltas a escribir, tachadas otra vez, arrugados y tirados al suelo. Ve que su hermano tiene manchas negras en el pulgar, en el índice y en los bordes de las uñas.¿Qué estará estudiando aquí arriba, en secreto?

-¿Qué sucede? -le pregunta.
-Nada -responde él sin mirarla-. Nada de nada.
- ¿Qué te aflige?
-Nada.
-Entonces, ¿qué haces ahí arriba?
-Nada.

    Ella mira las bolas de papel. Ve la palabra “nunca” y la palabra “fuego”, y otra que puede ser “volar” o “colar”. Cuando levanta la vista otra vez ve que su hermano la está mirando con las cejas enarcadas y se le escapa una breve sonrisa. Es la única persona de esta casa - y de toda la villa, por cierto- que sabe que ella entiende las letras, que sabe leer. ¿Y por qué sabe leer? Porque él le enseñó,y a Anne también. Todas las tardes, aquí, cuando volvía de la escuela. Trazaba una letra en el polvo del suelo y decía, mira, Eliza, mira, Anne, esta es la “pe” y esta es la “a”, si después colocas una “ene”al final pone “pan”. ¿Lo véis? Hay que mezclar los sonidos, decirlo seguido, hasta que el sentido de la palabra te llega a la cabeza.

Maggie O'Farrell, Hamnet,
Traducción de Concha Cardeñoso,
Libros del Asteroide, Barcelona 2020

No hay comentarios:

Publicar un comentario