La carretera es un suplicio permanente, pero un poco abstracto, por
decirlo así. La región esta completamente desierta; uno se interna cada
vez más en las montañas. Sufro mucho, he sobrevalorado mis fuerzas
físicas. Pero ya no tengo muy claro el objetivo último de este viaje, se
disgrega lentamente a medida que, sin ni siquiera mirar el paisaje,
subo estas inútiles pendientes que solo ocultan otras.
En mitad de una penosa subida, mientras jadeo como un canario
asfixiado, veo un letrero: “Cuidado. Barrenos.” A pesar de todo, me
cuesta un poco creerlo. ¿Quién la tomaría conmigo de ese modo?
Un poco más adelante encuentro la explicación. Se trata de una
cantera; lo único que hay que destruir son rocas. Eso me gusta más.
El terreno es más llano; vuelvo a alzar la cabeza. Al lado
derecho de la carretera hay una colina de escombros, algo a mitad de
camino entre el polvo y los guijarros pequeños. La superficie inclinada
es gris, absoluta y geométricamente lisa. Muy atrayente. Estoy
convencido que si uno la pisa se hunde de inmediato varios metros.
De vez en cuando me detengo al borde de la carretera, me fumo
un cigarrillo, lloro un poco y vuelvo a pedalear. Me gustaría estar
muerto. Pero “hay un camino que recorrer, y hay que recorrerlo”.
Llego a Saint-Cirgues en un patético estado de agotamiento, y
me bajo en el Hotel Aroma del Bosque. Después de descansar un rato, voy
al bar del hotel a tomarme una cerveza. La gente del pueblo parece
acogedora, simpática; me dicen “buenos días”.
Espero que nadie vaya a intentar emprender una conversación mas
larga, a preguntarme si estoy haciendo turismo, desde donde vengo en
bicicleta, si me gusta la región, etc. Pero, afortunadamente, esto no
ocurre.
Mi margen de maniobra en la vida se ha vuelto particularmente
restringido. Todavía entreveo varias posibilidades, pero que solo se
diferencian en pequeños detalles.
páginas 171-172
Michel Houellebecq , Ampliación del campo de batalla
Traducción Encarna Castejón
Editorial Anagrama
No hay comentarios:
Publicar un comentario