Más tarde, cuando Ziggy se ha ido ya a
sus clases de krav maga con Nigel y su canguro, Maxine se pasa por la
Kugelblitz para recoger a Otis y a Fiona, que, al llegar a casa, no
tardan en sentarse delante de la tele del salón para ver La hora de la camorra, en la que salen dos de los superhéroes favoritos de Otis en ese momento: Insolente, famoso por su corpulencia y compromiso, que podría denominarse proactivo, y El Contaminador, que en su vida civil es un chico obsesionado por el orden, que se hace siempre la cama y recoge sus cosas, pero que, cuando asume su papel de EC, se convierte en un solitario defensor de causas justas que va esparciendo basura por antipáticos departamentos gubernamentales, empresas codiciosas e incluso países enteros que a nadie le gustan, y además desvía alcantarillas o entierra a sus rivales bajo montañas de residuos tóxicos. Busca la justicia poética; o, como le parece a Maxine, lo enguarra todo.
Fiona está en ese valle entre
niña incansable y adolescente imprevisible, y ha encontrado un
equilibrio, por breve que sea, que despierta tal ternura en Maxine
que casi tiene que sonarse los mocos mientras piensa lo muy poco que
falta para que esa calma se interrumpa.
—¿Estás segura —Otis en
su papel de todo un caballero— de que no será demasiado violento
para ti?
Fiona, cuyos padres deberían plantearse el hacerse un
seguro que cubra la pena de verla crecer, mueve las pestañas,
posiblemente realzadas tras una incursión en las reservas de
maquillaje de su madre.
—Puedes avisarme para que no mire.
Maxine,
reconociendo esa técnica de la infancia femenina que consiste en
fingir que cualquiera puede decirte cualquier cosa, desliza un cuenco
de Cheetos dietéticos delante de ellos, junto con dos latas de
refrescos sin azúcar y, deseándoles un «que lo paséis bien», se
va del salón.
—Los malvados empiezan a ponerme nervioso —murmura
Insolente, mientras tipos armados y helicópteros convergen sobre él.
Thomas Pynchon: Al límite.
Traduc. de Vicente Campos
Tusquets, Barcelona 2015
Páginas 42-43
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